El valor de no saber

“La gente que sabe exactamente adónde va es la que nunca descubre nada porque se da lo que llamo la obsesión del punto fijo: estoy aquí y tengo que llegar allá y en consecuencia, todo lo que hay entre medio se percibe como obstáculo que deberá ser superado(…) y es en esos presuntos obstáculos que está la aventura de la vida. Entonces me la paso con anteojeras en una vida pobre …)”
– Manfred Max Neef

Si hay algún lugar donde nos exponemos a no saber, es en el avión. Animarse a no saber es un desafío para los viajeros ansiosos que necesitan controlar.

En ese viaje que se inicia a veces con entusiasmo por lo nuevo y otras con temor a lo desconocido, depende cómo se encare, será la manera de vivirlo.

Cuando se vive el no saber como un obstáculo, la consecuencia es sufrimiento, miedo, angustia y todo ello por algo que no se puede controlar. La turbulencia, las demoras en los aeropuertos, las contingencias del viajar en un medio de transporte y hasta las contingencias de la vida misma.

No es una aventura viajar en avión. No por lo menos para quienes dirigen una línea aérea, para quienes trabajan en ella, no para quienes se ocupan de fabricar esos hermosos aparatos que nos llevan rápido y seguro de un punto a otro.

Tampoco es una aventura para los muchos que viajan sin miedo a volar.

El valor de no saber
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