No hay milagros

Últimamente hemos podido leer en los periódicos con más o menos espectacularidad o amarillismo acerca del “milagroso” resultado de un accidente de un avión en México donde todos los pasajeros resultaron vivos tras “desplomarse” un avión Embraer de la compañía Aeroméxico.

Los términos en los que se expresan los medios nos preparan para que nuestro morbo haga su trabajo y las imágenes en nuestras cabezas se suceden de acuerdo a la información que cada uno de nosotros tiene cargadas por nuestras propias percepciones o, lo que es más abundante en colorido detalle, difundidas a todo color y a veces en 3D, por Hollywood.

La realidad de la industria es menos espectacular.

Los accidentes no suceden por un solo evento sino por una concatenación de sucesos, fallas humanas y otros ingredientes y, de la misma manera, la sobrevida de los ocupantes de esos aviones no se puede atribuir a meros “milagros”, sería muy injusto para quienes trabajamos todos los días para reforzar, en cada jornada, en nuestros puestos de trabajo la seguridad del transporte más seguro del mundo.

Todos los días, en todo el mundo hay equipos de trabajo reforzando la idea de la seguridad. En todas las empresas y en escuelas de vuelo se realizan seminarios de recursos humanos, trabajo en equipo, comunicación asertiva, ejercicios de evacuación, trabajos en simuladores de vuelo, entrenamiento de mecánicos en técnicas de reparación, etc. etc. Innumerables acciones destinadas a hacer más segura la actividad. Todo para mejorar una tasa de 0,20 accidentes por cada millón de despegues. Tasa que viene mejorando año tras año gracias a estas prácticas.

Llegaremos a la tasa “0”?

Probablemente sea una utopía aeronáutica, lo mismo que la vida eterna en equipos de trabajo de medicina. Pero vamos en un proceso de mejora continua.

Del evento del Aeroméxico confirmamos que los accidentes todavía ocurren y seguramente un equipo de peritos estará investigando las causas para poder emitir correcciones ante eventuales errores. Pero la buena noticia es que la tripulación puso en escena los años de entrenamiento a los que somos sometidos los tripulantes y se pudo evacuar a los pasajeros (hombres mujeres niños ancianos y seguramente algún impedido físico) sin haber perdido la vida de ninguno.

Esa es la garantía que tenemos al subir a un avión: De tener a nuestra disposición un equipo de gente preparada debidamente para actuar de ser necesario. Son tan ocasionales los accidentes (recordar 0,20 por millón de vuelos) que la totalidad de los agentes aeronáuticos se preparan toda su vida para eventos que nunca le van a ocurrir en su vida activa.

Desde esta pequeña tribuna va mi homenaje a la preparación y empeño de esa tripulación desconocida que hizo las cosas como las había aprendido en tiempos de paz.

No hay milagros
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