Volar por Enrique Pinti

Compartimos un artículo publicado en La Nación Revista en enero de 2010, junto a nuestro comentario.

Entre los temores, fobias y pánicos que el que esto escribe sufre como cualquier mortal, no figura, afortunadamente, el miedo a volar. Y no me estoy refiriendo a tirarme desde la terraza con dos alas de cartón haciéndome el Icaro del subdesarrollo, sino al terror al avión. Como viajero frecuente e infatigable, por razones de trabajo o de placer, este veterano ha abordado aparatos voladores a hélice, helicópteros, avionetas privadas y todos los modelos de avión que se han incorporado a la industria desde el año 1967 hasta la fecha (Concorde incluido). Y debo decir que subo a esos milagrosos aparatos con mucha más tranquilidad que cuando debo ingresar a un micro que un chofer cansado y exigido al máximo tiene que conducir por rutas de la pampa que no podrían figurar entre las mejores del mundo. Si el viaje es nocturno, me encomiendo a todos los santos y dioses de cuanta religión exista porque el ataque de nervios puede consumirme -y para consumir ciento quince kilos del que esto firma, imagine el lector qué estado de inquietud puede desarrollar el temor a morir o, peor aún, quedar apretado entre hierros retorcidos hasta que un milagro haga llegar el auxilio con una o dos horas de espera.

No señores, las rutas no son para mí. El tráfico complicado de mi Buenos Aires querido, con los conductores de autos particulares, colectivos, taxis y camioneros hablando por sus benditos celulares en lugar de concentrarse en su tarea de llegar sanos y salvos al final del viaje, no es tampoco muy tranquilizador. Caminar por veredas rotas mirando para todos lados por miedo a un tropezón, un asalto o algún perro furioso que se le escapó a un paseador, tampoco es una solución tan viable.

En cambio, allá en las nubes, flotando en el aire, me siento seguro, aislado, tranquilo. En el cielo no hay semáforos, ni gente imprudente que cruce con luz roja mirando en sentido contrario al tránsito y a la que hay que pagar por buena si alguien la roza o se la lleva puesta; no hay ni manifestaciones a favor ni en contra de nada. Claro, puede explotar una turbina, o una bandada de palomas o gaviotas, o cualquiera de esas aves distraídas que pueden meterse en los motores y provocar la caída. Pero está comprobado estadísticamente que las posibilidades de accidentes son muchísimo menos probables en el aire que en la tierra, o en los peligrosos océanos. Yo respeto el miedo y la fobia que muchos tienen cada vez que suben a un avión, pero mi experiencia ha sido tan buena que sigo creyendo que volar es la mejor manera de viajar. Claro que hay viajes en tren que nos muestran paisajes maravillosos que no hay que perderse, pero la rapidez y el milagro de cruzar mares y continentes en algunas horas me sigue pareciendo el sueño del pibe.
Lo que sí me molesta es la actitud de quienes en cuanto suben, se sientan, se quejan de todo y canalizan sus nervios en las azafatas que tienen que tragar saliva y tratar de no oír los disparates que dicen vaya a saber por qué. Están los señores con cara de vinagre que se enfrascan en sus computadoras y/o planillas de negocios y ladran cuando la asistente les ofrece alguna bebida o les pregunta si van a aceptar la bandeja con la copa, el desayuno o el snack.

En estos tiempos de crisis muchas aerolíneas no dan comida y, si la dan, la cobran en clase turista. Entonces, si uno tiene el privilegio y la suerte de viajar en Bussines o en Primera Clase ¿por qué adoptar esa actitud despreciativa y poner cara de ´¿qué porquería me van a dar?´ Sin embargo, existen los que ponen cara de perro y se quejan porque el llanto de un niño no los deja dormir, o porque alguien ronca, o porque no hay la clase de vino que les gusta, o… porque sí, ´porque soy rico y poderoso y todo lo que no sea un avión particular con cama y mayordomo me parece horrible.´

Están también los aterrorizados que suben empastillados y temblorosos; los que se asustan por todo y preguntan por cada ruido que oyen; los que no entienden el idioma de la tripulación; las tripulaciones que no tienen paciencia con los que no saben el idioma; los chicos indomables que corren por los pasillos y tocan todos los botones; y la gente que sube con bolsos y más bolsos; y grita cuando no hay lugar donde ponerlos.

Aún así, para este viajero que escribe, no hay un lugar más seguro que el avión.

Comentarios de Alas & Raíces:
Imagino la sorpresa para quienes tienen miedo de volar en avión al leer la afirmación “Volar es más seguro”. Cuántos coincidirán con Pinti y cuántos no. Me dirijo a aquellos que al leer la nota han cuestionado cada párrafo. Los invito a analizar la nota. Más allá de estar escrita con la pluma fina de su autor, dice mucho de su manera aguda de percibir a la gente y al entorno.

Sin duda que todos los días en esta ciudad vivimos, enfrentamos y aceptamos vivir grandes riesgos. Caminar por las calles, ir por autopistas, tomar colectivos, asistir a restaurantes, presenciar o padecer asaltos. VIVIR, se ha convertido para nosotros en una jungla que a diario atravesamos, asumiendo los riegos que eso implica.

Coincido con el autor no hay un lugar más seguro que el avión. Sólo a modo de reflexión, pregunta el Cmte. R. Roberto Rubio: ¿Dónde ubican al Presidente de los estados Unidos ante una emergencia nacional? Por supuesto, en un avión.

Para viajar en avión también hay que asumir ciertas situaciones que pueden no ser gratas, sí incómodas, pero de ninguna manera peligrosas.

– El avión va por el aire ( rápido, seguro)
– No se puede bajar uno cuando le plazca, habría que pensar por qué tendría que ocurrir eso.
– El avión se mueve y está fabricado para que esto ocurra. La turbulencia y sus movimientos son incómodos, no peligrosos.
– Al decir de Pinti viajamos en compañía de mucha gente. Gritones, mal educados, nerviosos, tensos, asustados, etc.
– La tripulación no siempre entiende al pasajero
– No siempre el pasajero entiende a la tripulación.

Conclusión: hay muchos “famosos” que no viajan en avión. Otros como Pinti, lo re disfrutan. No hace falta evitar ni tampoco amar al avión. Solo se trata de volar.

Volar por Enrique Pinti
Deslizar arriba